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OPINION / [email protected]
Por: Santiago Carvajal Velásquez *
[email protected]
Pensar diferente en Colombia, en tiempos donde el disenso parece ser un pecado, se ha convertido en un acto de valentía. En un país marcado por su historia de violencia y polarización, expresarse de manera alternativa puede traer consigo consecuencias devastadoras. La situación actual recuerda a las épocas en las que figuras como Napoleón Bonaparte, con su ambición desmedida, imponían su voluntad sin importar las voces que se alzaban en contra.
En el suroeste antioqueño, aquí, en la provincia del Cartama, un municipio de tantos se ha convertido en el epicentro de esta problemática. Aquí, un personaje ha tomado el control, actuando con la prisa y la avidez de poder que recuerdan a un emperador. Su actitud soberbia y despectiva ha convertido el espacio público en un terreno fértil para la censura y la represión. La democracia, que debería ser el espacio para el diálogo y la diversidad de pensamientos, se ha visto atrapada en un ciclo de silencio forzado.
El fenómeno es alarmante: el poder se ha tornado en una herramienta de venganza política, donde los inocentes se convierten en víctimas. Aquellos que se atreven a alzar la voz son, en muchas ocasiones, silenciados por el miedo y la intimidación. La maldad, el odio y la violencia emergen nuevamente en el tejido social, recordándonos que el camino hacia un futuro mejor aún está plagado de desafíos.
Es fundamental cuestionar cómo llegamos a este punto. La falta de espacios seguros para el debate y la crítica ha permitido que surjan figuras que, como modernos Napoleones, deciden por todos, desestimando las opiniones y sufrimientos de quienes son afectados. ¿Dónde queda el lugar para el pensamiento diverso? ¿Qué futuro podemos esperar si se continúa por esta senda de intolerancia?
En este contexto, la sociedad debe preguntarse: ¿Qué tipo de liderazgo queremos? Es imperativo buscar representantes que prioricen el bienestar común, que escuchen y respeten las diferencias en lugar de reprimirlas. La pluralidad de ideas es esencial para la construcción de un país verdaderamente democrático. No podemos permitir que la ambición personal anule las voces de muchos.
El camino hacia la reconciliación y la paz requiere un compromiso firme con la tolerancia y el respeto. La educación y la promoción de un diálogo abierto son herramientas poderosas para desmantelar el odio y la violencia que han dominado por tanto tiempo. Es hora de levantarse contra la tiranía del pensamiento único y reivindicar el derecho a pensar y actuar de manera diferente.
La historia nos enseña que la resistencia ante la opresión es posible. En Colombia, el desafío es enorme, pero no insuperable. Cada uno de nosotros tiene el poder de contribuir a un cambio significativo. No dejemos que el miedo nos paralice; al contrario, utilicemos nuestra voz para promover la justicia, la paz y la diversidad.
En este momento crítico, es fundamental recordar que pensar diferente no debe ser un riesgo, sino una riqueza que fortalezca nuestro tejido social. Solo así podremos avanzar hacia un futuro en el que cada persona, independientemente de sus ideas, pueda vivir sin temor a la persecución. La lucha por un país donde prevalezca el respeto y la comprensión ha comenzado; es hora de reconocer que esto sucede, es tiempo de dejar de naturalizar estos actos, es tiempo de dar otra mirada.
* Abogado y politólogo en formación. Experiencia en la función pública en las secretarias de gobierno, gestión y control, seguridad y convivencia de la alcaldía de Medellín. Exsecretario personería de Támesis, Antioquia.
Todos los temas, todas las opiniones en este espacio de nuestro medio digital disponible para los libre pensadores en temas políticos, económicos y sociales. Los puntos de vista aquí consignados son de entera responsabilidad de los autores, lo que significa que no compromete la línea Editorial oficial del medio universitario www.forochat.com.co
Por: Santiago Carvajal Velásquez *
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Pensar diferente en Colombia, en tiempos donde el disenso parece ser un pecado, se ha convertido en un acto de valentía. En un país marcado por su historia de violencia y polarización, expresarse de manera alternativa puede traer consigo consecuencias devastadoras. La situación actual recuerda a las épocas en las que figuras como Napoleón Bonaparte, con su ambición desmedida, imponían su voluntad sin importar las voces que se alzaban en contra.
En el suroeste antioqueño, aquí, en la provincia del Cartama, un municipio de tantos se ha convertido en el epicentro de esta problemática. Aquí, un personaje ha tomado el control, actuando con la prisa y la avidez de poder que recuerdan a un emperador. Su actitud soberbia y despectiva ha convertido el espacio público en un terreno fértil para la censura y la represión. La democracia, que debería ser el espacio para el diálogo y la diversidad de pensamientos, se ha visto atrapada en un ciclo de silencio forzado.
El fenómeno es alarmante: el poder se ha tornado en una herramienta de venganza política, donde los inocentes se convierten en víctimas. Aquellos que se atreven a alzar la voz son, en muchas ocasiones, silenciados por el miedo y la intimidación. La maldad, el odio y la violencia emergen nuevamente en el tejido social, recordándonos que el camino hacia un futuro mejor aún está plagado de desafíos.
Es fundamental cuestionar cómo llegamos a este punto. La falta de espacios seguros para el debate y la crítica ha permitido que surjan figuras que, como modernos Napoleones, deciden por todos, desestimando las opiniones y sufrimientos de quienes son afectados. ¿Dónde queda el lugar para el pensamiento diverso? ¿Qué futuro podemos esperar si se continúa por esta senda de intolerancia?
En este contexto, la sociedad debe preguntarse: ¿Qué tipo de liderazgo queremos? Es imperativo buscar representantes que prioricen el bienestar común, que escuchen y respeten las diferencias en lugar de reprimirlas. La pluralidad de ideas es esencial para la construcción de un país verdaderamente democrático. No podemos permitir que la ambición personal anule las voces de muchos.
El camino hacia la reconciliación y la paz requiere un compromiso firme con la tolerancia y el respeto. La educación y la promoción de un diálogo abierto son herramientas poderosas para desmantelar el odio y la violencia que han dominado por tanto tiempo. Es hora de levantarse contra la tiranía del pensamiento único y reivindicar el derecho a pensar y actuar de manera diferente.
La historia nos enseña que la resistencia ante la opresión es posible. En Colombia, el desafío es enorme, pero no insuperable. Cada uno de nosotros tiene el poder de contribuir a un cambio significativo. No dejemos que el miedo nos paralice; al contrario, utilicemos nuestra voz para promover la justicia, la paz y la diversidad.
En este momento crítico, es fundamental recordar que pensar diferente no debe ser un riesgo, sino una riqueza que fortalezca nuestro tejido social. Solo así podremos avanzar hacia un futuro en el que cada persona, independientemente de sus ideas, pueda vivir sin temor a la persecución. La lucha por un país donde prevalezca el respeto y la comprensión ha comenzado; es hora de reconocer que esto sucede, es tiempo de dejar de naturalizar estos actos, es tiempo de dar otra mirada.
* Abogado y politólogo en formación. Experiencia en la función pública en las secretarias de gobierno, gestión y control, seguridad y convivencia de la alcaldía de Medellín. Exsecretario personería de Támesis, Antioquia.
Todos los temas, todas las opiniones en este espacio de nuestro medio digital disponible para los libre pensadores en temas políticos, económicos y sociales. Los puntos de vista aquí consignados son de entera responsabilidad de los autores, lo que significa que no compromete la línea Editorial oficial del medio universitario www.forochat.com.co
El pluralismo, la tolerancia con el próximo, con el vecino, sigue siendo el deber ser en una sociedad democrática. Imagen de animación cortesía Dejusticia
Todos los temas, todas las opiniones, el invitado es Santiago Carvajal Velásquez, libre pensador, estudioso de las ciencias sociales. Imagen cortesía redes.
