En cierta ocasión cuentan los más sabios, un hacendado muy primíparo que de la noche a la mañana heredó inmensa parcela con ganado, sembrado, mayordomo y peones juntos, acudió con tal ligereza donde otro hacendado muy ducho y truculento para que lo guiará en la buena administración de lo que había ganado de manera tan repentina. Pero este otro hacendado, muy trajinado, full mañoso, con la malicia del león y la marulla de la serpiente, muy pronto vio la oportunidad de aprovecharse en cuerpo ajeno. Sin siquiera respirar, le indicó cómo debía proceder ante los numerosos enemigos de su alrededor con su receta epistolar de instrucciones acatadas de inmediato. Fue entonces cuando aplicó la formula literal de otorgar a todo su séquito de a pedacito de poder para ganar así ciega lealtad, absoluta sumisión y muy aberrante complicidad, tanto, que hacía sentir ilimitada confianza y afecto carnal.
"Puedo dormir tranquilo de noche y de día, y a los que viven en los linderos los podré gritar y ofender", pensó para sus adentros con espeluznante ingenuidad el primiparo Daniel invadido de delirio procaz. Fue tanta la devoción y confianza en sus servidores lacayos, que ya cuentas jamás pidió, de las buenas y malas cosechas jamás se informó, mientras sus glotones serviles pronto olvidaron el anhelo de prosperidad para la hacienda, prenda de garantía para todos ellos el contar con el ilimitado cariño, devoción y gracia de tan ingenuo patrón.
"Nuestro amadísimo señor siempre nos protegerá y bañará de abundante maná", decían los glotones desdichados a solas y en murmullo también.
Los bolsillos y alacenas los holgazanes llenaban a granel, y para su señor solo ofrendaban fingidas palabras de sumisión y de fe, pero al llegar el invierno y con este la cruel tempestad, solo pobreza, saqueo, desgracia y epidemia llegó. Y en tiempo de
"vacas flacas", hasta sus servidores perdió. Entonces el enemigo se acercó ante el desolado y desgraciado señor, que ya ni con su cartera vacía, libertad y vida respondió al inclemente y mordaz juicio del rival.
Tantos e interesados serviles de abundante ocasión, habían solo aprendido a pastear como burros sin siquiera pensar ni crear, porque de solidaridad jamás osaron mirar. El final de burro será siempre para aquel ingenio, aquel señor que termina siendo el burro más burro a causa de su entrega imbécil y pueril. EBC Queto+
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