Había que señalar que aquella trocha era también un rosario de infamias para recorrer un tramo de
algo más de 55 kilómetros, que en las mejores épocas se podría hacer en algo más de dos
horas. Lo más insólito que me ocurrió fue que una vez en una visita de amigos de la
Gobernación de Antioquia vi un mapa con aquellos kilómetros como si fueran
pavimentados.
LA CALLE LO DICE / [email protected]
Carmelo Rodriguez Payares
Periodista y escritor colombiano
Director de El Tábano
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En aquellos años del siglo pasado, ninguno de nosotros se preocupaba por tener una vía
que del entonces corregimiento de El Bagre nos llevara a cualquier parte del mundo, por la
sencilla razón de que éramos un pueblo que tenía un río y una empresa aérea que aliviaba
en buena parte la demanda de una comunidad que a lo sumo alcanzaba las cinco mil
almas, y cuyo comercio era bien alimentado por los grandes remolcadores que venían con
los productos esenciales desde Magangué, en Bolívar, para llevarse el arroz, la madera y
otros elementos de pancoger, que eran embarcados en el Santa Leonor, La Libertad y la
Santa María, dignos sucesores de aquel buque David Arango que osó en alguna ocasión
arribar al puerto de Zaragoza, y que muchos después lo jubiló un incendio en la ciudad de
Magangué, la cuna de la turca de los ojos grises.
Corrían los años floridos de los sesenta cuando aparecieron empresas como la Flota Mesa,
dueña y señora de la ruta fluvial El Bagre – Nechí – Caucasia e intermedias; y por otro lado
nos servíamos de un aeropuerto construido para el servicio de la empresa minera, en
donde por muchos años decolaron y aterrizaron las naves de SAM, Cesnnyca, Aerosucre,
TAC, Transportes Aéreos del César, la que nos inundó de todo el contrabando del mundo,
desde el whisky escocés hasta la ropa que compraba Marilú, y la inestimable empresa Aces
y otras tantas que cubrían los más insólitos destinos y que ahora hacen parte de la historia
de esa región de la que si uno se descuida, salta el nombre de un príncipe o de un jefe de
una tribu que contuvo la conquista del territorio.
Entonces, con el correr de los años, un puñado de hombres y mujeres comenzaron a
ejercer su actividad política y social para reclamarle al gobierno una alternativa que no
fueran los ríos que ya estaban a punto de ser atendidos en una UCI, muy de moda hoy,
porque era el caso extremo de su agonía, que muchos escuchamos los tiros pero nunca
supimos de dónde venían, y que no fuera tan costosa como la aérea que por largos años
fue tan económica como servicial.
A El Bagre lo visitaban dirigentes de la talla de Jorge Eliécer Gaitán Ayala, Carlos Lleras
Restrepo, aquel personaje que se inventó en su gobierno toda suerte de institutos
descentralizados, y en su etapa crucial de campaña rumbo al entonces Palacio de San
Carlos, llegó a echar su discurso una figura que luego se convertiría en presidente de la
República, el señor Julio César Turbay Ayala. Todos a una se llevaban los reclamos de los
pobladores sobre sus quejas para que nos pusieran en la ruta del progreso, pero las
mismas caían en la canasta del olvido. Era previsible que llegaran estos hombres, al fin y al
cabo El Bagre fue desde siempre un pueblo liberal de esos de tuerca y tornillo, de hueso
colorado, como bien me lo dijo mi padre.
Sin embargo y como si fuera sacada del sombrero de un mago se construyó una vía que
de la orilla derecha del río Cauca en Caucasia, llegaba hasta Cuturú y fue por muchos años
la que le sirvió a los bagreños para entrar y salir hacia cualquier destino. Había que
señalar que aquella trocha era también un rosario de infamias para recorrer un tramo de
algo más de 55 kilómetros, que en las mejores épocas se podría hacer en algo más de dos
horas. Lo más insólito que me ocurrió fue que una vez en una visita de amigos de la
Gobernación de Antioquia vi un mapa con aquellos kilómetros como si fueran
pavimentados.
Todo esto ocurría hasta que ya a finales del siglo 20 alguien nos alertó que con la
construcción del puente “Carlos Lleras Restrepo”, en Caucasia, se podría construir un ramal,
que desde la vereda Cacerí, nos uniría con aquel municipio, y desde entonces Cuturú dejó
de ser atractivo para los cientos de pasajeros con rumbo a Medellín o a otras capitales, y
allí nació el tramo que le abrió nuevas oportunidades a Jobo, punto final de la vía, en
jurisdicción de Zaragoza, al otro lado del río Nechí en la cabecera de nuestro pueblo.
Por fin podíamos comprar un tiquete completo que decía El Bagre – Caucasia, solo que allí
no especificaba si era en un destartalado bus de escalera o en los entonces modernos
jeeps rusos UAZ, que para la época eran las máquinas capaces de enfrentar los peores
lodazales que nos esperaban a los pasajeros en aquellos 77 kilómetros, que en teoría
podrían ser cubiertos en algo más de cuatro horas, pero que en la realidad se convertirían
en una verdadera odisea de más de diez horas, aunque se conocen de largos inviernos en
donde sus protagonistas pasaron las verdes en unos pedazos de la vía que fueron objeto
de rezos y de oraciones para que alguien se apiadara de ellos.
Antonio, un veterano de aquella trocha, nos resume el recorrido que se hacía en aquel
entonces para el que salía de El Bagre con destino a Caucasia: tomar una chalupa en el
puerto principal hasta el puerto de Jobo en las primeras horas del amanecer y rogarle a los
dioses que allí estuviera parqueado el bus de su destino, que en todo caso lo llevaría hasta
Puerto España, una vez había hecho las paradas de reglamento en Puerto Loco, Cacerí y en
cuanta ranchería hubiera al lado de la vía para dejar o recoger pasajeros o carga, muchas
veces difícil de describir en los talonarios que expedía la empresa transportadora.- Dos
gallinas criollas, un gallo chino, catorce perros, dos gatos, un costal con cheremecos y un
largo etcétera que no caben en estas crónicas.