Aunque el régimen político en Rusia combina presidencialismo y parlamentarismo, las facultades excesivas del presidente lo faculta para destituir cuando quiera al primer ministro de origen parlamentario al igual que a los ministros; goza de facultad para vetar una ley, así ésta haya sido aprobada por las dos terceras partes. Punto aparte es la aberración que representa intervenir la rama judicial para nombrar a su pleno capricho los jueces. Poderes autónomos e independientes es ajeno a Rusia "por pasiva", no más recordar cuando la cámara de diputados aprobó por unanimidad la reforma en defensa de los altos intereses de la nación, porque para los poderes públicos es más importante la permanencia del señor Putin, que la crisis del gas y el petróleo.
En cuanto a los sectores económicos dominantes: el emporio de los hidrocarburos, el Internet, y la televisión, todos en confabulación han sellado una alianza entre el Estado y la poderosa iglesia ortodoxa con la apuesta de consolidar al actual presidente como símbolo de estabilidad, de unidad y de fe en la grandeza de Rusia. A su turno, el Estado de Putin cumple fielmente con su tarea de extender la influencia de la ortodoxia, reconstruye y restaura iglesias, despoja incluso a las comunidades barriales de sus parques de descanso para construir nuevos templos, y, ante la resistencia de los vecinos, acude a la fuerza, la amenaza y las acciones paramilitares de los comandos 40 X 40, grupos de asalto de jóvenes caucásicos, cuya presencia intimidatoria ya es tradicional en las celebraciones religiosas defendiendo la fe.
El ablandamiento de la sociedad civil resulta crítico ante los recortes a las libertades civiles, el acontecimiento imparable de la proliferación de cuadros juveniles que hacen seguimiento a reuniones para asegurar el predominio del Partido de la Unidad Nacional, aquella norma que dice que ni jueces ni políticos podrán ejercer la facultad de poseer una nacionalidad extranjera, como tampoco podrán obtener residencia en otro país. El ruido va en asenso ante las instancias internacionales de derechos humanos a raíz de medidas como la prohibición absoluta del homosexualismo desde aquella ley de 2013, situación critica que ahora toma todo el impulso con la aprobación en el referendo de la prohibición de uniones distintas a las de un hombre con una mujer: piedra angular de la fe ortodoxa, que desatará con mayor virulencia la persecución a homosexuales y sospechosos mediante seguimiento y hostigamiento en redes sociales, tal es el caso de los docentes que son sometidos a monitoreo hasta la pérdida del empleo.
Los 67 años de edad de este líder de origen humilde e infancia tormentosa, no han hecho mella en ese ritmo atlético y disciplinado de un hombre decididamente ambicioso, tan convencido de su proyecto y de lo que hace. Los que afirman que sufre de avaricia incontrolable por el poder, señalan aquel episodio cuando gobernó en cuerpo ajeno al poner en la presidencia a su aliado títere de toda la vida: Medvédev, y su perspicaz habilidad de cambiar de rol al ocupar el ministerio de gobierno. Putin tiene una convicción: los rusos desde la época del zarismo son favorables a que el poder se mantenga por mucho tiempo en cabeza de un líder, aunque olvida que Stalin asumió el poder por cuenta de la grave y mortal enfermedad de Vladimir Ilich Lenin en 1922, poder que ejerció con inusual autoritarismo y mentalidad criminal al protagonizar una cadena de episodios trágicos, como el no dudar en eliminar a los enemigos, tal el caso de León Troski.
Para opositores y opinión internacional, se trata de una cleptocracia el poder discontinuo y excesivo de Putin, el mismo que se proyecta ahora hasta el 2036. Analistas en el mundo aseguran que este gobernante sueña con el regreso a la época de los zares, que de no superar tal designio, al menos emular a Catalina la Grande. En cuanto a la seguridad nacional, la carta de navegación es la del dictador comunista soviético Josef Stalin. Para los contradictores estos rasgos de Putin son de simple lógica al recordar que proviene ni más ni menos que de la oficina secreta del propio KGB, en idioma castellano: Comité para la Defensa del Estado.
Aunque Rusia tiene su líder en este primer cuarto del siglo XXI, habrá que esperar a que este demuestre superar a Pedro el Grande, el más admirado por los rusos a través de la historia de sus 43 años en el trono: desde 1682 hasta 1721. También tendrá que ser superior a Iván IV, más conocido como el Terrible, primer zar de Rusia con 50 años de gobierno (1534-84); y para alcanzar la tan anhelada grandeza y unidad nacional, deberá lidiar con el creciente descontento de la oposición, aquella que confinada en sus casas diseña como salir a las calles. Estos son nuevos tiempos, y el camino no está sembrado de rosas para emular al príncipe Vladimir (37 años en el poder, entre 978-1015), quien no sólo unificó, sino que también cristianizó la Rus de Kiev, el reino eslavo que hoy se reconoce como el poderoso Estado ruso. Un episodio final para recordar es el del príncipe Vladimir, quien se vio obligado a matar a uno de sus hermanos para gobernar.
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