Cuando el 16 de octubre de 1978, el Colegio Cardenalicio de la Iglesia Católica Romana designó como nuevo papa (para suceder al papa Juan Pablo I, cuyo breve pontificado se extendió por sólo 33 días), al cardenal polaco y arzobispo de Cracovia, Karol Józef Wojtyla (1920-2005), su patria, Polonia, se dio un respiro de esperanza en favor de la Libertad, que la historia le había arrebatado, primero, cuando la Alemania nazi la invadió y se repartió su territorio con la Rusia del totalitarista Stalin, y luego, cuando cayó bajo un oprobioso régimen comunista, levantado, además, dentro de la órbita de la Comunista y Totalitaria Unión Soviética, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que dio paso a la convulsionada Guerra Fría. La designación de un papa polaco fue toda una provocación para el mundo comunista, máxime si Polonia constituía el Estado más difícil y problemático para el régimen soviético. No más iniciar su pontificado, el Nuevo Papa se manifestó en favor de la libertad religiosa durante una misa celebrada el 22 de octubre de 1978 en la Plaza de San Pedro, expresando: "No tengáis miedo de dar la bienvenida a Cristo y aceptar su poder. A su poder salvador abrid las fronteras de los Estados, los sistemas económicos y políticos", al paso que durante su primer visita a México, se refirió al marxismo como un “error antropológico”. Desde el inicio del pontificado del Papa Polaco, los dirigentes comunistas de Polonia temieron la caída del régimen comunista, siendo conscientes de que el nuevo Papa podría revitalizar el patriotismo polaco, siendo Polonia, además, el más débil eslabón de la órbita comunista soviética. El papa San Juan Pablo II visitó su patria en el mes de junio de 1979, visita que el régimen comunista intentó torpedear infiltrando grupos católicos. El papa permaneció durante nueve (9) días en Polonia, y a su encuentro acudieron millones de polacos, a los que animó a volver sobre su historia, identidad y cultura.
Uno de los efectos ciertamente directos de la intervención y actitud del papa San Juan Pablo II en su tierra natal, fue quizá la fundación del sindicato Solidaridad (en idioma polaco, Solidarność), el año siguiente a su visita, el 19 de septiembre, organización obrera no sólo de raíces católicas, sino también claramente opuesta al Comunismo.
El Papa Polaco también denunció ante el propio seno de la Organización de las Naciones Unidas, en octubre de 1979, la vulneración de la libertad religiosa dentro de los Estados del bloque socialista soviético.
El 27 de enero de 1989, marca el definitivo comienzo de la caída del régimen comunista polaco, cuando una declaración conjunta del Gobierno Comunista, el sindicato Solidaridad y la propia Iglesia Católica, anunció la instalación de una “mesa redonda nacional”, para discutir no sólo sobre problemas de índole política, sino también sobre reformas económicas. La mesa redonda inició sus deliberaciones en el mes de febrero siguiente, y los correspondientes acuerdos se anunciaron en abril, los cuales permitieron unas elecciones parcialmente libres, que se celebraron en junio, en las que el sindicato Solidaridad barrió con sus buenos resultados, mientras en el siguiente mes de septiembre, el líder de Solidaridad, Tadeusz Mazowiecki, resultó elegido, convirtiéndose en el primer presidente no comunista desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y haciendo de Polonia el primer país de Europa Oriental en librarse del yugo comunista.
En 1978, el Colegio Cardenalicio, iluminado y movido por el Espíritu Santo de Dios, designó como papa a un servidor de Cristo y de su Iglesia, de origen eslavo y católico, que contribuyó a conquistar la Libertad y el Respeto por la Dignidad Humana de millones de personas sometidas por el oprobioso yugo comunista liderado por la Unión Soviética, que no sólo reprimía a los católicos de Polonia, donde eran mayoritarios, sino también a cristianos ortodoxos y de otras confesiones cristianas y religiosas. Tras la superación de la cruenta Guerra Fría, por la cual el mundo entero se vio sometido al enfrentamiento bipolar entre dos (2) potencias bélicas que animaban conflictos de toda índole, el actual Nuevo Orden Mundial se presenta altamente multipolar, tras el ascenso de nuevas potencias políticas, económicas y bélicas, tornando al mundo tanto o más belicoso que durante la propia Guerra Fría.
El ascenso de China y su presencia en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde goza del derecho de veto, que comparte con Rusia, nuevamente fortalecida, y hace ya más de quince (15) años sometida por el régimen autocrático liderado por Vladimir Putin, ha significado la prolongación o animación de conflictos bélicos, como en Ucrania, amenazando la paz y estabilidad, no sólo de la Europa Oriental, sino del propio continente entero; o evitando la necesaria intervención militar en Siria, que ha significado la muerte de cientos de miles de sirios, y su éxodo hacia Europa. China, por su parte, aunque ha dado lugar a un modelo económico de mercado, ha impedido la apertura política, al paso que también ha reprimido varias confesiones religiosas, entre ellas la Católica, otras iglesias cristianas, la Musulmana, o más recientemente, a los practicantes del Falun Gong, muy a pesar de que la Constitución Política china, consagra, supuestamente, en su artículo 36, la libertad religiosa. La represión y persecución religiosa por parte del Régimen Comunista Chino ha tenido como su razón de ser, el hecho de que varias confesiones religiosas han llegado a contar con un mayor número de fieles, en comparación con el menor número de militantes con que cuenta el Partido Comunista Chino, provocando el temor de las autoridades del Régimen. Desde 1951, en razón de que el Estado Vaticano reconoció a Taiwán como Estado, aquél dejó de sostener relaciones con el Estado Chino. Respecto de la Iglesia Católica Romana, el Régimen Comunista ha conseguido enfrentarla mediante la creación, en 1957, con el apoyo de la Oficina de Asuntos Religiosos de la República Popular de China, una Iglesia supuestamente católica, que realmente cabe calificar como nacional, patriótica y oficial, en suma, comunista, denominada Asociación Patriótica Católica China, que despliega su actividad al margen de la autoridad del papa, es decir, separada de Roma, de suerte que la Iglesia Católica auténtica, que mantiene la comunión con el Obispo de Roma, se ha visto forzada a ocultarse en la clandestinidad, forzando a que las ceremonias y ritos del culto católico, sean celebrados en casas privadas, mientras muchos de sus fieles, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos, han sido reprimidos, perseguidos o detenidos.
Por todo lo anteriormente expuesto, creo que el papa que suceda al papa Francisco, debería ser de origen chino, pues por un lado la Iglesia Católica viene creciendo vertiginosamente en China, y por otro, el que padecen los diferentes pueblos, etnias y minorías religiosas existentes en China, padecen un Régimen Comunista y Dictatorial. El Régimen Chino parece proyectar la Perpetuación de la Dictadura y su cierre, en perjuicio de la necesaria Apertura en favor de una Sociedad Abierta como lo precisa un Régimen Auténticamente Democrático y Libre. Creo que una de las pocas alternativas para animar la Apertura del Régimen Chino, consiste en que éste permita, por lo menos, la libertad religiosa, desde la cual los movimientos y activistas que promueven la Democratización del Estado Chino, podrían sentirse empoderados y legitimados para animar con mayor fuerza la Transición Democrática, y en todo caso, aunque el Régimen continuara con su proyectada Perpetuación en el Poder, la Libertad Religiosa, de ser conquistada en China, resultaría ser al menos un elemento valioso para morigerar la Opresión Dictatorial y Comunista China.
Los procesos socioeconómicos que se vienen desarrollando en muchos Estados Asiáticos como China, India, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Indonesia, Tailandia o Malasia, prometen un Mundo en el que Asia llegará a disputarle el poder a Occidente, de suerte que ciertamente, el futuro global será asiático. La Iglesia Católica Romana debe ser consciente de esta realidad, y responder con toda la fuerza de su misión pastoral y evangelizadora, por lo cual la designación de un papa Chino o Asiático no sólo es oportuna y pertinente para bien de toda la Iglesia, y favorecer, animar y llevar el Santo Evangelio y la Doctrina Social Católica a los Pueblos y Naciones de todos los confines de Asia; pero sobre todo, la designación de un papa Chino o Asiático estaría acorde con la condición Católica de la Iglesia, es decir, de su Universalidad. En todo caso, sabemos que la designación de un soberano pontífice no es una mera cuestión humana, sino la intervención del Santo Espíritu de Dios.
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